
Mary Wollstonecraft murió poco después de dar a luz su hija, por lo que Mary Shelley no llegó a conocer a su madre. Pero la poco ortodoxa vida (de acuerdo a los cánones sociales del siglo XVIII) de Mary Wollstonecraft marcaría la vida de su hija, cuyo nombre no apareció en primera edición de la novela (1818) sino en una edición francesa de 1821 como Mme. Shelley (su apellido de casada) y, posteriormente, en 1823 como Mary Wollstonecraft Shelley, tras la muerte de su esposo.
La novela plantea unas inquietantes preguntas ¿Podría el galvanismo (teoría según la cual el cerebro generaba corrientes eléctricas para mover los músculos) encontrar una forma de resucitar un cadáver humano? ¿Cómo de humano sería realmente el ser que había resucitado de la muerte? En 1818, año en que se publicó la primera edición de la novela, el médico Andrew Ure realizó una exhibición pública en la que consiguió, mediante la aplicación de corrientes eléctricas, que el cadáver de un ajusticiado se moviese e hiciera muecas. En la Europa de principios del siglo XIX la novela de Mary Shelley planteaba una posibilidad digna de ser tomada muy en serio.
La novela reflejaba el miedo al Golem, criatura mítica creada por el hombre a imagen humana pero sin alma: todo un desafío a Dios, a la Naturaleza y un acto de soberbia que podía llevar al hombre a su propia destrucción. Así, al menos, se veía entonces. Dos siglos después la sociedad sigue teniendo tanto miedo como entonces: el desarrollo tecnológico del siglo XX sustituyó el cadáver reanimado por la inteligencia artificial, pero el miedo a la creación de un ser inteligente por parte del hombre seguía intacto. Se entiende así que la historia de Mary Shelley siga fascinándonos doscientos años después de su publicación.